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viernes, 2 de marzo de 2018


No todo el daño se hace con palabras


La violencia simbólica la forman un conjunto de actitudes, patrones de conducta, creencias y gestos que dejan ver la existencia de opresión y subordinación ya sea de género, raza o clase.
Es la violencia simbólica la que mantiene el maltrato y lo perpetúan y que permanece presente en los demás tipos de violencia mientras resulten efectivas.


Pierre Bourdieu niega la posibilidad de aprender a través de un ejercicio de conciencia debido a su nulo soporte específico, ni se manifiesta físicamente como puede ser un golpe, sin embargo, sostiene y da sentido a la forma estructural y jerárquica de la sociedad. (Segato, 2003)


Se describe la violencia simbólica como una “violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, reconocimiento o del sentimiento”. (Bourdieu, 1998)


Esta dominación prescinde de justificaciones, se impone y no necesita discursos que la legitimen. Es una inmensa máquina simbólica apoyada en desigualdades como la división sexual, la estructura tanto del espacio como la del tiempo. La diferencia biológica como la anatómica puede aparecer como justificación natural de las diferencias sociales establecidas entre ambos sexos.

Los hombres ejercen violencia física o psicológica como agentes singulares, o en instituciones como son la familia, la escuela, el estado. Se produce una violencia invisible y suave que se forma hacia el dominado ya que los agentes sobre los que se puede comparar con el dominador no son superados por este, dando así ese sentimiento de dominación.
Según Bourdieu para cambiar esa dominación es necesario un cambio radical de las condiciones sociales que lo rodean.
Ahora que conocemos el concepto de violencia simbólica podemos asociarla a algún caso práctico escolar donde veamos su importancia.
Cuando era pequeño, pasé mi educación primaria en el colegio Santa Teresa. En mi clase éramos unos 24 alumnos.

 En la asignatura de educación física recuerdo que a los juegos que nos explicaba el profesor participábamos todos sin queja alguna ni insultos. Sin embargo cuando el profesor nos ponía a jugar al futbol u otro deporte del estilo, tenía tres compañeras a las que se les daba bastante bien, y digo bastante bien porque a veces eran ellas las máximas anotadoras de los equipos. El ejemplo del fútbol es ideal para este concepto.
Unos cuantos chicos de mi clase y esas tres chicas estábamos apuntados al equipo de fútbol de Santa Teresa, y entrenábamos después de clase y jugábamos partidos los fines de semana. Esta imagen de chicas jugando al futbol les daba a las chicas de clase que no jugaban una imagen de “marimacho” a mis compañeras, dando a entender que el fútbol es un deporte para chicos. Ahí es donde encontrábamos el fallo, ¿por qué era un deporte para chicos?, ¿Porque eran mejores…?, ¿porque solo los chicos se lo pasan bien jugando a esos juegos…?. Estaba claro que no. No podía ser porque no fueran peores que los chicos, os lo aseguro, Laura Pedraza acabó siendo de los máximos goleadores de la liga. Tampoco era por la diversión, porque ellas aseguraban pasárselo bien y disfrutar.
Esto debería ser un claro ejemplo de esa violencia simbólica cuando el resto de compañeros de otras clases las asociaban como “marimachos”.
No he perdido el contacto con ellas y sé que una tiene un novio desde hace más de 3 años, otra estudia INEF, y otra es una chica muy femenina y elegante.
La sociedad debería cambiar esto, estoy de acuerdo, pero hay otros casos donde estas diferencias provocan una serie de disputas que a mi parecer son un tanto absurdas. Es el caso de las señales de semáforo en la ciudad de Valencia, en España. Donde las mujeres reclamaban el cambio del icono “masculino” por uno femenino. Estos problemas me parecen una pérdida de tiempo ya que el icono de estas señales no representa a un hombre, sino al ser humano en conjunto.
Pero esto no se queda en la diferencia de sexo, traspasa otras barreras como la forma de hablar de cada hablante según su territorio al que pertenezca. El vocabulario es a veces, y no debería serlo,  una barrera para las personas que quieran llegar a ser lo que quieran ser. La cultura es motivo también de dicha violencia simbólica en ejemplos como las personas de cultura gitana.

Bibliografía
Bourdieu, P. (1998). La dominación masculina. París: Seuil.
Jiménez, J. (2008). elvalordelosvalores.com/definicion-de-los-valores/.
Paul, J. (1946). El existencialismo es un humanismo. París: ADHASA.
Segato, L. (2003). Las estructuras elementales de la violencia. Buenos aires: Universidad Nacional de Quilmes.



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